Los máximos exponentes del muralismo continental se reúnen en Argentina.
Se trata de la segunda Bienal de Muralismo y Arte Público Latinoaméricano que se está realizando en Puerto Tirol, Chaco.
“Pasen los horarios de llegada a Resistencia así podemos coordinar ir a buscarlos”, “ya están las pinturas”, “ya estamos en camino”, “llegué a Buenos Aires”, “llegamos a Resistencia”, “ya estamos en Tirol”; el wasap se activa a las siete de la mañana y termina pasada la medianoche. A veces no duermen, o duermen poco y mal. En la previa los nervios anticipan la tarea hecha y la satisfacción de que todo va bien hasta que en minutos la ansiedad pone en alerta para lo que vendrá. En la previa se abrazan viejos conocidos, se celebra a los recién llegados y se festeja el encuentro y el trabajo. Dieciocho artistas internacionales y 29 argentinos llegaron a Puerto Tirol, provincia del Chaco para participar de la II Bienal de Muralismo y Arte Público Latinoaméricano.
A las nueve de la mañana los muralistas de Argentina, El Salvador, Puerto Rico, Chile, Paraguay, Bolivia, Uruguay, México y Venezuela llegaron a la sede de la Fundación Huoqó, los organizadores de la BIAT, para escuchar al veterano de Malvinas tirolero, Walter Rambo. La tarea: Malvinizar. Hablar de soberanía, escribir soberanía, pintar soberanía, dibujar soberanía, hacer soberanía con arte y con la Patria Grande.
El pueblo tendrá activo hasta el seis de agosto más de 15 puntos de trabajo. Para trasladarse la mayoría de los muralistas eligieron bicicletas de “Tirol, en bici más lindo” una iniciativa hija de los encuentros de muralismo que empezó cuando los artistas pedían prestado las bicis a los vecinos. La necesidad de moverse de manera ágil y rápida más las ganas de participar creó un proyecto que se nutre de la confianza, la solidaridad y el respeto. Hoy las bicicletas están disponibles para los muralistas, pero durante todo el año quién lo necesite puede ir a la fundación y llevarse una.
Sobre la avenida 12 de Octubre amanecieron los primeros andamios para el muro de la fábrica de tanino Unitán que mide catorce metros de largo por seis de alto. Allí trabajaron juntos seis muralistas. Daniela Almeida (Corrientes) y Berni Chempio (Bs As) cruzaron la calle se pararon enfrente, debían pasar el boceto del papel al muro. Medir, pensar, estudiar las escalas, ir, venir, observar de lejos luego de cerca y tomar decisiones. Mientras Marcelo Carpita (Buenos Aires) pinta el cemento con ferrite. Esgrafiado y cemento directo son las técnicas que se van a usar en esa pared.
A diez cuadras de allí los hermanos Santoro Molina (Salta) y Miguel Ángel Molina (Córdoba), en la pared de una casa que cedió un vecino, empiezan a imaginar cómo trasladar el calendario lunar Wichí y el rostro de una mujer de los pueblos originarios para hablar sobre la soberanía de los pueblos ancestrales.
En la Fundación Huoqó Las Nereidas Alejandra Zeme y Maríla Tarabay (Buenos Aires) preparan los arneses y planifican a detalle el boceto que empezaron semanas antes de la Bienal. Cristina Cardozo y Griselda Morel de Colman (Paraguay) bajo la sombra de un árbol buscan en internet información para terminar el diseño que le darán a los tótems que estarán en la entrada del pueblo. Mientras en la cocina preparan los tupers con pastel de papa para el almuerzo Isaias Mata y Lucila Gonzalez (El Salvador) charlan sobre una hoja el dibujo que llevará su muro. Walpaq (Salta) y Matiano Kurosky (Entre Ríos) empiezan a trabajar sobre la vieja estación de tren de Tirol, soberanía alimentaria en un extremo y en el otro el agua se nutre del espejo de la Laguna Beligoy.
Para todos ellos habrá una pausa para charlar o recibir comida que ofrecen los vecinos. También darán notas, recibirán manos amigas para terminar de restaurar murales antiguos como los de Crescencio Cobo y María Cecilia Hurtado, miembros de la Brigada Ramona Parra de Chile. El día no sobra, la Bienal desborda, estalla en colores, sonrisas, manos con pintura, mate, chipa y pedal.
A la diez de la noche la primera jornada de la Bienal aún no terminó. A la medianoche hay que celebrar a la pacha con ofrendas y caña con ruda. Una pausa más, un día más, porque los días que pasan se suman, acumulan, prometen y se multiplican aunque se pierda la cuenta y nadie pueda tener certezas de la cantidad de muros totales que tiene Puerto Tirol, hasta hace poco más de doscientos. Cuando el festín de colores, texturas y cansancio termine todo volverá a empezar. Porque irse siempre es una forma de volver.