Recuperar el oficio: ser periodista sin trabajar en los medios
¿Cómo hacer periodismo sin trabajar en una empresa de comunicación? Fue la pregunta que me hice luego de sacudirme el arrepentimiento de estudiar una carrera sin salida laboral.
Quizás aquí empezó en mí el periodismo, no sé qué rara niebla me trajo este recuerdo: la profesora de lengua nos mandó a leer Relato de un náufrago. No iba a poder comprarlo, en casa aprendí a no sumar preocupaciones a mis viejos, para este tipo de gastos ya tenía el no como respuesta.
La bibliotecaria pasó cerca del aula y algo escuchó, se acercó y preguntó si nos habían pedido comprar ese libro, dijimos que sí. Estábamos en el recreo haciendo el recuento de quienes lo comprarían.
— ¿Es muy caro? —le pregunté.
Apretó los labios, movió la cabeza de arriba para abajo. Parecía que sí.
—Creo que en la biblioteca lo tenemos, ahora me voy a fijar, vení en un ratito, pero ese libro no lo podes llevar porque hay uno sólo, lo tenés que leer acá —. No me importaba, ya sabía que no lo iba a leer. Capaz podría sacarle fotocopias al de algún compañero si insistían con él, pensé.
Estábamos en hora libre, el de la otra materia nunca vino, creo que era matemática. Salí del aula, crucé el patio, dejé atrás la campana, me quedé en el pasillo, esperé a que me abriera. Nunca iba a la biblioteca.
Antes ese lugar era la cocina de la escuela, de ahí salían los desayunos, la merienda y el almuerzo que servían en el ahora aula de primer grado de la seño Gladis.
Se sentó en su escritorio, llevaba siempre un delantal azul y enormes anteojos, casi culo de botella, usaba el pelo por los hombros, tenía ondas gigantes lleno de frizz, por lo general lo sujetaba con una vincha finita. Su nombre se me borró.
Al final me dijo que me lo podía llevar a casa. Debí sonreír, no lo recuerdo; sí, la satisfacción de poder cumplir con la tarea sin necesidad de comprarlo. Debía devolverlo enseguida sino la tendría de visita a diario en alguna clase para recordarme que había dejado a otros niños sin libro.
En la escuela lo miré, di vueltas unas páginas y lo guardé en la mochila. En casa no pude dejarlo, lo leí como cuando merendaba pan con manteca y dulce de leche: rápido, mucho, rico y quiero más. A los 11 años terminé en un día un libro de Gabriel García Márquez. Yo no leía, no me gustaba. No sé qué niebla me trajo este recuerdo.
Mis ojos devoraban las Aguafuertes porteñas, por fin leía en la Facultad a un tipo que no era denso, aburrido y acartonado, además era un periodista que hablaba sobre periodistas, del oficio, de sus inconvenientes y de sus reglas. Era la última materia, Roberto Arlt me anticipaba el mundo con que el que me iba a topar y con el que ya me estaba peleando.
“Para ser buen periodista es necesario ser buen escritor”, decía Arlt en una de las notas publicadas en el diario El Mundo desde su condición de escritor periodista. Con el periodismo Arlt logró: publicar periódicamente, sustento económico y trayectoria. Él no era como otros escritores, debía trabajar para sobrevivir y yo quería ser como Arlt.
Buenos Aires era la Gran Metrópoli de Hispanoamérica, hacía diez años había culminado la Primera Guerra, faltaba una década para la Segunda y la caída de Wall Street asomaba las narices por la puerta. Arlt advertía: “Usted no quiere ser periodista, lo que pretende es un empleo en un diario”.
Buenos Aires era la Gran Metrópoli de Latinoamérica, hacía diez años había culminado la Primera Guerra, faltaba una década para la Segunda y la caída de Wall Street asomaba las narices por la puerta. Arlt advertía: “Usted no quiere ser periodista, lo que pretende es un empleo en un diario”.
¿Cuándo sos periodista?, ¿Cuándo te dan el título?, ¿Cuándo conseguís laburo en un medio local?, ¿Cuándo ocurren las dos cosas?, ¿Cuándo empezas a ganar bien?, ¿Cuándo entras como pasante a Clarín o Página 12?,¿Cuándo llevás más de un año como pasante o en las prácticas en la agencia de la facultad?
Si escribís bien podes hacer cualquier cosa, podes hacer radio o televisión, al revés no, pensaba, mientras intentaba ganar algo de experiencia con trabajo gratis en medios locales. Los currículums parecían caer en el agujerito sin fin, acumulaba experiencia, pero no dinero. Sin contactos la Capital Federal sólo era el lugar para hacer trámites.
Una modelo, un conductor, el de la farándula, el osado, la extravagante en la radio, en el diario, en la tele, ahí estaban. Una charla entre amigos se convertía en una entrevista, un bailarín con buena presencia en notero y la ganadora de un reality show en conductora de un noticiero, el rating era el hada madrina que transformaba a personajes en trabajadores de prensa.
El siglo XXI ya no necesita que los periodistas escriban bien, alcanza con tener rating, tener muchos likes en redes sociales y ser picante, ahora lo llaman disruptivo. La tele y la radio continuamente desechan periodistas y los que lo son se brindan a su público y al show. Mientras que los portales de diarios necesitan tirar información: mucha, rápida, fácil y pre digerido.
Eso Arlt ya lo sabía un siglo antes. Los escritores de los diarios ya estaban consagrados, no necesitaban del periodismo para vivir, el resto necesitaba un empleo. Necesitaba un trabajo.
Los domingos en casa se compraba Clarín, era uno de los gustos que nos podíamos dar como el desayuno con facturas. El diario se leía después, más tarde, cuando las tareas del día ya estuvieran hechas, primero había que dar de comer a las gallinas, conejos y perros; limpiar, ordenar, preparar el almuerzo y luego sí nos podíamos sentar con el diario. A cada uno le tocaba una parte, papá se quedaba con interés general, Samuel con deportes, mamá se llevaba la revista Viva, y yo siempre buscaba entretenerme con la de espectáculos y con la contratapa.
El diario y la revista circulaban durante toda la semana. Yo que tenía la costumbre del Billikén prefería secciones más de adultos, buscaba la página y con un pantallazo lo encontraba: Tauro. Cruzaba los dedos para que la suerte estuviera de mi lado. Luego sí ya podía ir tranquila a los juegos de la Plaza de Papel, las recetas de cocina y a las fotos de las entrevistas de famosos. Aunque no era el objetivo siempre terminaba de leerla.
Intentaba seguido con Selecciones, su tamaño era más chico que un cuaderno de escuela, eso me atraía, pero no tenía fotos, mucho texto era igual a aburrido. En casa le daba el valor de un diccionario enciclopédico, tapas iguales, diferentes números: debe decir cosas importantes, pensaba. Cada tanto abría uno tras otro, pero todas me aburrían, no entendía qué eran y por qué estaban allí, nadie las había comprado. En otras casas también las había visto, Selecciones era todo un misterio que yo no podía leer. Confirmado, la lectura no era lo mío y mucho menos escribir, nunca estuvo en mis planes.
Alfonsina Storni ya no era una escritora inédita para 1919 era parte de los círculos literarios de la Ciudad de Buenos Aires; sin embargo, tenía que escribir en diarios y revistas para evitar una vida penosa, tener a cargo una sección en la revista La Nota aliviaba sus ingresos, le daba un respiro. Al final dijo que sí a Feminidades y mataba su romanticismo dándole a la sección tono irónico, mordaz, elocuente e intelectual, iba de los derechos civiles femeninos a la carta de una mujer engañada sin sobresaltos ni apuros.
Mucho tiempo antes de hacerse cargo de Feminidades, la Revolución Rusa daba sus primeros pasos y los inmigrantes llegaban al puerto de Buenos Aires cansados de la guerra. ¿Cómo entraban las revistas a los ojos que vieron la guerra? Las revistasse asociaban con la lectura de esparcimiento, lectura en ámbito doméstico, las revistas entraban a los ojos con los ojos de los cronistas, entender el mundo y relatarlo era entrar a las casas para quedarse allí por mucho tiempo, como Selecciones en mi casa. Como Alfonsina en los libros.
Tac, tac, tac, ¿así suenan los dedos rabiosos en las teclas? ¿O suena a cadena de bici empujada por el pedal? Imagino que así sería el ruido de una máquina de escribir: como el vapor de un tren a toda velocidad. El cigarrillo en la boca que sostiene los nervios al cierre de la publicación mientras el editor a tus espaldas adivina el acento que le falta a la palabra que todavía no terminaste de escribir. Todo está en mi mente, imaginación, deseo, miedo.
A los 27 años tenía que lograr un empleo seguro, parar la olla ya no era una cuestión de necesidad sino de urgencia, de miedo a no tener como sostener un mañana. Entonces no me quedó otra y acepté, dije que sí a ese trabajo que de periodismo no tenía nada. Aún no había encontrado la puerta de entrada.
Bondi, tren y subte. Despertaba antes de las 7 de la mañana y tenía media hora para estar en la parada, el tiempo no sobraba, no alcanzaba. Casi tres horas después estaba en la oficina. Prendía la computadora, saludaba a los de otras oficinas, ponía agua para mate y tac, tac, tac, tac, el teclado, el expediente estaba en marcha. Subte, tren, colectivo y a casa, así por 5 años…
Empecé a escribir porque sí, en realidad porque era nueva en las redes sociales y las usaba como desahogo. Tac, tac, tac, tac, teclado, los dedos con sabor a humo. A veces alcanzaba con uno, otras necesitaba cinco cigarrillos al hilo, botón publicar y listo.
Tac, tac, tac, tac, otra vez el teclado y el pucho, esta vez fumaba la ansiedad y la inseguridad, (como ahora que no puedo admitir que quería decir y qué decir daba miedo humo, pucho, cenizas, humo, pucho, cenizas, y en dos meses todos esos “botón publicar” de tantos años se transformaron en libro. Pasaba de expedientes a autora independiente.
El diálogo, la charla, ese escribir como se habla es lo que se necesita para ser un buen periodista, “si queres que alguien no te entienda hablá en difícil”, te repetían los profesores en la facultad y yo que presuponía que adornar, contar en académico o usar palabras poco frecuentes me harían toda una periodista de ley.
Y así es como después de muchos años puedo leer sin sentir que estén hablando a otro, a un viajero del tiempo y no a mí. Eso tenía Lucio Mansilla, su palabra como puente pudo llevarme 200 años atrás sin miedo a perderme en un laberinto. Él que decía que no sabía escribir, que el hambre lo había empujado cuando recién salió de la cárcel.|
El periodismo no era académico, no había pasado por aulas, pero Mansilla supo que para comunicar hay que escribir, escribir en los diarios, los políticos de la época fueron colaboradores o periodistas, algunos incluso llegaron a presidentes. Lo que necesitaba era un trabajo y el de periodista se le dio perfecto. Luego siguió con los libros.
Periodistas docentes, periodistas administrativos, periodistas trabajadores del Estado, periodistas telemarketer, fueron algunos de los trabajos que aceptaron mis amigos para no ser periodistas desocupados. En una posmodernidad del hipervínculo donde somos la suma de los fragmentos, no alcanza con ser periodista para ser periodista, la precarización laboral obliga a hacer más tareas por el mismo precio para no ser un periodista desempleado.
Para ser periodista Arlt dijo que no necesitas escribir bien (eso es para los buenos), pero para escribir bien hay que escribir, escribir un libro es la puerta de entrada para hacer periodismo. Yo escribí un libro para volver a intentar, para dejar de ser una periodista que trabaja en el Estado, para ser una periodista que trabaja en un diario, para dejar de odiar lo que una vez había amado.