Algún día los voy a leer.
Comprar y no leer. Comprar y leer después. Leer a cuenta gotas y empezar de cero. No terminar de leer un libro nunca. Leer todo a la vez.
Leo, leo mucho, a destiempo, todo junto. En realidad leo poco, no lo termino, lo mezclo, lo dejo…. Los días se me amontonan y me pasan por arriba. Tengo a Rodolfo Walsh en la mochila, lo saco a pasear cada vez que me juro que aprovecharé el viaje de Ezeiza a Capital. La recopilación de notas periodísticas de Juan Gelman duerme bajo mi almohada hace días. Mentira. Hace un mes que está perdido entre las frazadas. Y en Adán Buenos Ayres, tan interminable e imposible como Rayuela.
¿Dónde quedaron las enciclopedias? , ¿las regalamos?, ¿las robaron?, ¿se perdieron? Miro los libros pendientes sobre mi cama y las ganas de ir a buscarlas me invaden. Estaban ahí: en la repisa que se doblaba de tanto que pesaban. Ahora ya no están. Entre tanta muerte los libros desaparecieron. Me da tristeza imaginar que nunca más las volveré a ver. ¿Será porque yo era la única que se encargaba de limpiarlas con un trapito húmedo para sacarle el polvo a esos tomos gigantes? Eran diccionarios. Busca palabras. Los usé a todos y ni una rayita les dejé.
Ahora quiero volver a Rayuela. Estuve más de dos años para leerlo, Cortázar es difícil, repetía como argumento para la excusa. Era una excusa. Los días se amontonan. Nunca terminé con el Poeta Depuesto, el Adán Buenos Ayres me persigue, había decidido auto regalármelo para mi cumpleaños, para la crisis de los 30. Pasaron 6 años. Los días se me amontonan. Leí Megafón, pero el Adán sigue ahí. Me tortura.
¿Será por miedo que abandono antes de empezar? ¿Miedo? A nada ni a nadie. Nunca. Esa es la postura que aprendí a llevar siempre. Miedo me tienen que tener a mí, aunque la que esté temblando sea yo. La cosa es que a mí no me gusta leer, ni escribir. Por eso prefería las historietas. Eran cortas, rápidas y poco. Leo, y la angustia construye una medianera entre el mundo y yo. También escribo, rápido, sin detenerme, escupo lo que no tengo, me lo saco de encima. Casi siempre también lo abandono, otras ni lo intento.
Dudo de la persona que afirme que le gusta leer… y estudiar; sólo aspiran a una perfección que no existe. “A mí no me gusta leer”, cada vez que lo digo no me sonrojo, pero rápidamente aclaro: “es una contradicción, lo sé”. Soy Periodista y en las redes sociales también escritora- me lo tengo que creer para serlo. En realidad soy una acomodadora de palabras. Escribo como cocino. Busco una receta, si me falta un ingrediente reemplazo por lo que tengo y mido todo a ojo. El resultado es igual en ambas, me sorprendo o me frustro. Siempre con la misma intensidad, con la angustia como medianera entre el mundo y yo.
Así son los treinta y pico, un torbellino de patadas en el culo, un cumulo de tropiezos, delirios y esperanza. A los treinta y pico lo que no gustaba de chica de adulta es la tierra en los ojos que tratas de apartar. A los treinta y pico ya ni siquiera fumo, me emborracho o me drogo, sólo me peleo con las palabras. ¿Leer o escribir? Ambas dos. Esa medianera entre el mundo y yo.