Puta no se nace, sea hace
Cada vez que escuchaba a un hombre decir “si fuera mina sería re puta” yo sonreía. Me gustaba imaginármelo de mini falda, encuerada, plataformas y tetas grandes como una repisa. Encamarse con todos, probar de todo. “Antes que se lo coman los gusanos que se lo coman los humanos”, repetía doña Mari en casa cuando con mamá hablaban «guarangadas» o le sacaban el cuero al alguna “más ligera” que la otra.
“El hombre se lava y ya está, la mujer queda sucia”, contaba mi mamá que eso decía la suya. Luego lo dijo ella también. Yo nunca lo dije, pero pensaba que “mirar machos ajenos” era de puta, tener sexo con un desconocido era de puta, insinuarse era de puta. Ser sexie es de puta. Yo no era puta. Lo peor de todo yo no soy puta. ¿Cómo va a ser puta alguien que tiene sexo por primera vez a los 25 años?
¿Qué te gusta’, ¿Qué querés que te haga? Mi mente buscaba qué decir. No había nada. ¡Qué bien que la chupas!, ¿Dónde aprendiste? Nada. No respondía nada. “Por favor que no hable”, rogaba. ¿Qué le contesto, qué se contesta? Lo deseaba, me gustaba, había querido estar allí. Había que calentar más allá del cuerpo, del roce, de la penetración, porque también se coge con la mirada, con la pose, con la intención, con las palabras, con los gemidos, un dame más bien ubicado y te voy a hacer todo esto aunque acabes antes de esa indicación.
—Me gustaría sacarte una foto— me dijo. Lo miré seria, mi rostro se puso tenso, firme. Lo incomodé. Entendió la respuesta. ¿Qué iba a hacer con la foto?, pensé. Tuve miedo. Una foto. ¿Qué hacen con la foto de alguien desnudo o garchando? No entendía. En realidad sí, pero no lo sabía. Sólo tenía miedo, no había escuelas para putas y no sabía serlo. No supe serlo cuando me regaló un body negro. Me quede en la baño más de diez minutos tomando valor para salir y mostrarme. Una ridícula. ¿Cómo se supone que debo estar? ¿Tengo que posar? ¿Qué cara pongo? ¿Cómo me muevo? ¿Qué hago? El problema no era lo que él iba a hacer con la foto. El problema era que yo no sabía qué hacer con la foto.
Ahora escribo y tengo fantasías. Quiero la foto. No quiero la foto para tenerla como trofeo que diga me animé o para tocarme. La quiero porque me calienta imaginar que tengo el body de encaje blanco, los rulos sueltos, la boca gigante y mis ojos que te desean. Esta vez salgo del baño, camino como una gata en celo, paso sin mirarte, giro la cabeza, te sonrío levemente y me ubico de rodillas en la cama frente a tu cámara. Esta vez sé lo que quiero. No sé si me animo, pero sé lo que quiero.
Siempre hubo chicas que intentaron seducirme. Por lo general lo hace por Facebook, me proponen, me incitan, no asumen tan fácil la derrota. Si fuera lesbiana mes gustarían las chicas voluptuosas, de pechos grandes, de shorcitos con buen culo, maquilladas. Que estén fuertes, no que sean lindas. Que estén buenas. Tengo suerte. Esas son las que me quieren levantar. Y yo accedo, me tiento. Me escondo y me voy cuando quieren que les diga qué les haría. Huyo. No vuelvo por ahí por largo rato.
Acepto solicitud. Sé lo que quiere apenas veo su foto. Juego. Me lo permito, me dejo. Dudo cuando veo que puedo caer en una trampa. Es la madre de la otra chica. Una más buena que la otra. Se lo digo. Se calientan, me calientan. El trío con la madre y la hija me vuela la cabeza. No lo creo, me parece un espanto. ¿Qué hago acá? Me cuentan que se las cogieron lindo, que las pasaron bien. Me gusta, me enciende. Hablo sucio. Los dedos sólo tipean fantasías. A la hija a veces le da pesar cagar al novio, me lo confiesa, le respondo: “Me calienta que seas tan puta”.