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Silencio, Vamos A Empezar

Silencio, vamos a empezar

Paz, desconexión, desintoxicación, todos odian el ruido. Todos añoran, piden y desean el silencio, pero nadie lo soporta. 

Termino de ver el video ´4 33´´de John Cage en You Tube. Puteo en silencio, muerdo mi labio inferior y muevo la cabeza de izquierda a derecha. Vi a un hombre que se sienta frente al piano, prepara las partituras, se coloca anteojos, toma un cronometro con la mano derecha, cierra la tapa de las teclas con la mano izquierda y al fin presiona el cronometro. Vuelve a hacer este movimiento dos veces más. 4´33´´de silencio. ¿Por qué aplauden si no tocó nada? Me indigno. “¡Es una pelotudez!”. “Ahora todo es performático”. No entiendo.

El público aplaudió el silencio, para ellos eso era música.

Sin radio no hay música, pensé. En realidad no pensé en eso. Indignada, de la nada recordé el podcats documental “De eso no se habla”. ¿Cómo pudo lograr hacer tantos capítulos con el tema silencio? No era posible hablar del silencio por mucho tiempo, de los silencios. “Preguntan por ti” y “Jadiya”, son mis favoritos, pero sobre todo “Silencio de radio”, del que no recuerdo nada sólo que me dejó por doce minutos pegada a la voz de su autora, Isabel Cadenas Cañón.

¿Ustedes miran la radio cuando hay un programa o bailan frente a ella cuando pasan música? Eso hacía yo, miraba la radio. Durante el día bailaba sola frente a la radio, pero a la noche dormía. La noche pide silencio, las horas pasan y el silencio aumenta. Debía mover la perilla de la radio para bajar el volumen.  El escándalo de la música de FM100 o Hit 105.5 se escuchaba aunque tuviera pegado el parlante a la oreja. Así dormía todas las noches, con la radio prendida a la oreja.

Componer una obra silenciosa con partituras vacías y que a eso lo llamen música, no podía ser. ¿O sí? Hugo Guerrero Marthineiz. Pápa lo escuchaba todas las noches o los fines de semana a la noche, no lo recuerdo. Se sentaba con un mate en la mano y la pava en el brasero o con una copita de whisky y un Jockey corto, a veces dormitaba, pero siempre cuando escuchaba al Negro Hugo Guerrero Marthineiz sonreía. Había una complicidad que no necesitaba un encuentro cara a cara. Se conocían de toda la vida, de la radio, de sintonizar y estar.

No entendía. No había cortina, apertura, ni presentación, a veces hablaba, nunca supe de qué, para mí eran todas cosas sin sentido. Se callaba, silencio, más silencio y entonces “Nat- King- Cole” decía, ponían un tema al aire, lo sacaban  y repetía Nat- King- Cole, al terminar el tema volvía a poner otro más, luego Norah Jones y… una carcajada irrumpía, rompía el aire y lo desacomodaba, sin más anunciaba a Ricky Martín, ¿qué tiene que ver?, pensaba, aunque yo era fan de Ricky Martín. No. Hugo Guerrero Martineiz no podía escuchar a Ricky Martín, mucho menos ponerlo en radio, menos después de Norah Jones, estaba loco. No entendía. Sin embargo, lo volvía a escuchar, quizás la próxima vez cambie. Quizás la próxima vez pudiera admitir que me gustaba.

Termino de ver el video ´4 33´´de John Cage en You Tube. Puteo en mute , muerdo mi labio inferior y muevo la cabeza de izquierda a derecha. Vi a un hombre que se sienta frente al piano, prepara las partituras, se coloca anteojos, toma un cronometro con la mano derecha, cierra la tapa de las teclas con la mano izquierda y al fin presiona el cronometro. Vuelve a hacer este movimiento dos veces más. 4´33´´de silencio. ¿Por qué aplauden si no tocó nada? Me indigno. “¡Es una pelotudez!”. “Ahora todo es performático”. No entiendo.

El público aplaudió el silencio, para ellos eso era música.

Sin radio no hay música, pensé. En realidad no pensé en eso. Indignada, de la nada recordé el podcats documental “De eso no se habla”. ¿Cómo pudo lograr hacer tantos capítulos con el tema silencio? No era posible hablar del silencio por mucho tiempo, de los silencios. “Preguntan por ti” y “Jadiya”, son mis favoritos, pero sobre todo “Silencio de radio”, del que no recuerdo nada sólo que me dejó por doce minutos pegada a la voz de su autora, Isabel Cadenas Cañón.

¿Ustedes miran la radio cuando hay un programa o bailan frente a ella cuando pasan música? Eso hacía yo, miraba la radio. Durante el día bailaba sola frente a la radio, pero a la noche dormía. La noche pide silencio, las horas pasan y el silencio aumenta. Debía mover la perilla de la radio para bajar el volumen.  El escándalo de la música de FM100 o Hit 105.5 se escuchaba aunque tuviera pegado el parlante a la oreja. Así dormía todas las noches, con la radio prendida a la oreja.

Componer una obra silenciosa con partituras vacías y que a eso lo llamen música, no podía ser. ¿O sí? Hugo Guerrero Marthineiz. Pápa lo escuchaba todas las noches o los fines de semana a la noche, no lo recuerdo. Se sentaba con un mate en la mano y la pava en el brasero o con una copita de whisky y un Jockey corto, a veces dormitaba, pero siempre cuando escuchaba al Negro Hugo Guerrero Marthineiz sonreía. Había una complicidad que no necesitaba un encuentro cara a cara. Se conocían de toda la vida, de la radio, de sintonizar y estar.

No entendía. No había cortina, apertura, ni presentación, a veces hablaba, nunca supe de qué, para mí eran todas cosas sin sentido. Se callaba, silencio, más silencio y entonces “Nat- King- Cole” decía, ponían un tema al aire, lo sacaban  y repetía Nat- King- Cole, al terminar el tema volvía a poner otro más, luego Norah Jones y… una carcajada irrumpía, rompía el aire y lo desacomodaba, sin más anunciaba a Ricky Martín, ¿qué tiene que ver?, pensaba, aunque yo era fan de Ricky Martín. No. Hugo Guerrero Martineiz no podía escuchar a Ricky Martín, mucho menos ponerlo en radio, menos después de Norah Jones, estaba loco. No entendía. Sin embargo, lo volvía a escuchar, quizás la próxima vez cambie. Quizás la próxima vez pudiera admitir que me gustaba.

“A mí me gusta el silencio, pero mucho más cantar”, dice Facundo Cabral antes de empezar con una milonga. Dice aunque esté muerto, aunque ya no lo pasen en las radios de la metrópoli, aunque el Negro Marthineiz ya no hipnotice más con su silencio todas las noches en un encuentro “A solas” o en un “Reencuentro” en el que todos hacían música sin cantar.

¿Philips o Philco? Esa radio pasa cassette que me arrullaba el sueño ya no existe. No por viejo, en casa quedan radios antiguas y el  equipo de música radio pasa cassette toca disco que espera un lutier para lucirse de nuevo.

Papá le había advertido, a mi hermano Samuel, una, le advirtió dos, le advirtió muchas veces: “te voy a romper esa radio si seguís escuchando eso”, era un rezongo constante, jamás tuvo tinte de amenaza. Hasta que un día caliente por otra cosa lo manoteo de arriba de una heladera y lo estrelló contra el suelo. Samuel escuchaba todo el tiempo cumbia villera, “esa mierda que ni siquiera es música”, como “la otra la porquería que tocaba Antonio Tarragó Ros, que ni chamamé era. Ahora sí, “el padre nada que ver, ese sí tocaba”. Era alguna fusión o innovación que el chamamecero había hecho en algún tiempo y a papá no le pareció, como esa cumbia que no era cumbia para él.

Cuando murió Gilda no entendía por qué tanto revuelo, no tenía idea de quién era, aunque la escuchaba cuando mis vecinos la ponían a todo volumen en los parlantes. Tampoco entendí cuando empecé a ir a las fiestas de la escuela, a los cumpleaños y a las reuniones familiares. Cumbia santafesina, cumbia colombiana, cumbia villera, cumbia de Gilda, del Grupo Sombras, de Comanche, de Los Palmeras, cumbia de la Bomba Tucumana. “No te quedes afuera”, dice un tema de Gilda, si no me metía a escuchar cumbia iba a quedar afuera, eso fue hasta que llegué a la secundaría. Korn y Slipknot: ruido, eso no era música. Yo abandonaba a Ricky Martín para hacerme fan de Backstreet Boys. Cuando lloré por no poder ver su recital en la tele papá se quiso convencer de que cantaban bonito.

Cuando mamá escuchaba un chamamé en la calle, en la casa de un vecino, en el patio de casa o en el colectivo, ella sacaba un sapucay de la punta del balanceo de sus pies y cerraba con “Corrientes, chamigo”, yo me quería esconder. Papá cantaba lindo, decía que tocaba, yo nunca lo vi, pero nadie silbaba como él. Yo nunca aprendí. Ahora me despierto cuando clarea y me quedo en silencio en la cama para escuchar a los zorzales, taucarías y calandrias cantar.

No sé si el silencio también es música, sólo sé que no recordaba que me gustaba tanto.

Samanta Matzke

Samanta Matzke

Samanta Matzke es periodista y escritora, especializada en comunicación para organizaciones públicas, historias de periferia, cultura y política.
Nació en Buenos Aires en 1985, se crió en Ezeiza cuando el tercer cordón del conurbano bonaerense todavía era rural.

Fundó, junto a sus compañeros de secundaria, y llevó adelante la radio de la escuela: "FM La Técnica", ese día a sus 16 años decidió ser periodista. Estudió licenciatura en Periodismo en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ).

Trabaja, desde el 2014, en el área de prensa y comunicación del Instituto Nacional de Juventudes (INJUVE) por lo que se especializó en Comunicación 360 para organizaciones públicas en la Universidad Nacional Guillermo Brown (UNaB). Es estudiante avanzada de la maestría en Periodismo Narrativo de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM).

Es autora de "El lugar de las palabras escritas", libro de relatos cortos.

Trabaja como columnista de historias de periferia en "Y se nos vino la noche", magazine nocturno en Fm Radio Cristal.

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