Kike Yorg, un obrero del arte.
Desde Puerto Tirol sus obras monumentales se extienden por toda la provincia del Chaco. Un imprescindible del muralismo hispanoamericano.
A dos cuadras de distancia el rostro de Santa Rita asoma sobre las casas con el Cristo Crucificado en la mano, sus ojos miran hacia abajo, pero si estás al pie del mural te miran a vos. El mejor lugar es la vereda de enfrente, desde allí se puede ver más y mejor. El pecho de la Santa se funde con en el paisaje litoral de la Laguna Beligoy. En sus orillas las casitas coloridas se reflejan en el agua. Dos paisanos reman en la canoa que luce el nombre de la principal fuente de trabajo del lugar, “La Taninera”. Bajando la mirada el chamamé maceta está en el hombre que toca la acordeona para dos parejas que bailan bien “arrimadito”. Casi sobre el suelo las máscaras anuncian el carnaval y que “Viva el teatro”, en letra grande. La identidad de Puerto Tirol en doce metros de largo por cinco de ancho.
Es la fachada del teatro independiente “La Fábrica Cultural” del barrio 80 Viviendas en Puerto Tirol, provincia del Chaco, República Argentina. Es una de las obras de Kike Yorg.
Trabajó doce horas de corrido durante ocho días junto a dos ayudantes, mientras continuaba con la creación del portal de acceso de la localidad de Machagai. Kike no suele contar los días que lleva terminar un trabajo, tampoco tiene un registro exacto de las obras que realizó, a veces hasta las confunde. Los cálculos más certeros los hizo su mujer, María Laura Altamirano, ella estima que, hasta ahora, deja como patrimonio para la provincia del Chaco más de 200 obras entre murales, portales de acceso, esculturas en hierro y cerámica.
El obrero y el arte.
Los albañiles descargan cemento, cal, trompo, baldes, ferrite, cucharas de albañil, escaleras y andamios de la camioneta, dejan todo listo para amurar los engranajes tallados de metal en la fachada de la Fabrica Cultural. Una hora y media esa camioneta estará en Machagai. Hace tres meses que Kike sube y baja de los andamios, revoca paredes, modela el acero a golpes de maza, corta metal con plasma y suelda sin parar.
— ¿Y vos cómo te definís?
—Decía un amigo muralista que nosotros somos obreros del arte, porque trabajamos en la calle con herramientas, con materiales para la construcción. Así nos definimos.
A los 47 años Kike es artista plástico, muralista, escultor, dibujante, docente, y gestor cultural. Es el más prolifero. Uno de los exponentes imprescindibles del muralismo y arte público de Hispanoamérica.
Cuando Juan Enrique Jacobo Yorg (Kike) tenía seis años un día de lluvia era un buen día. Jugaba, inventaba, creaba en los charcos con barro Tuyutí (barro blanco). Modelaba personajes de historietas y animales.
— Mi primer trabajo fue el modelado de figuras para pesebres que vendía por pedidos cuando tenía 12 años.
Se dio cuenta de que amasar barro podría ser mucho más que un juego. Entonces pidió ir a un taller para aprender. Las esculturas y pinturas ya las había visto en los libros que su abuelo Yorg, de origen alemán, le prestaba. Fue también a los 12 años que tuvo que empezar a trabajar bajando mercadería en la cadena de supermercado Iñiguez. Necesita pocas palabras para decir su sentir, como su papá, quizás por eso es contundente con lo que dice y con lo que hace. “Para mí, que trabajo en esto, es lo más lindo que hay poder expresar lo que uno siente y sobre todo expresar la historia y la cultura de cada lugar a través de imágenes, de esculturas, de movimiento, de color”, cuenta de pie junto al portal, de hierro calado y mural esgrafiado, del acceso a la localidad chaqueña de Colonia Elisa.
Arte urbano vs. arte público.
¿Cuántos murales a cielo abierto hay en la Ciudad Capital de nuestro país?, ¿Es posible registrarlo? La ciudad se mueve a un ritmo acelerado, casi sin pausa, sin permiso y con obstáculos. Lo que permanece quieto, inmóvil, se rinde, perece. Bajo tierra es igual, hay un pulso frenético por llegar. Cerca de un millón y medio de personas usan el subte a diario. Patoruzú, Mafalda, el Eternauta, el tango, Gardel fileteado, paisajes de España, la gesta sanmartiniana, la selva y los gauchos norteños. Son algunos de los 450 murales que hay en toda la red subterránea porteña.
Arriba, carteles luminosos, pintura, gigantografías, graffitis, intervenciones artísticas, paredes, muros, street art, realismo fotográfico, cortinas metálicas, esténcil, decoración, Palermo Soho, La Boca, Quinquela Martín, Antonio Berni, Ricardo Carpani. Buenos Aires siempre es un caos, la ciudad que no duerme, donde están las oficinas de un Dios que no atiende.
Para el artista plástico Marcelo Carpita, el epicentro del muralismo argentino nunca fue “La Capital”: “Es en el interior donde se busca alentar y tener bienes patrimoniales identitarios, diferentes, propios. Buenos Aires nunca dio una alternativa a esto de forma sistemática como es ahora con el arte urbano. Que es diferente porque es propio de una expresión global que tiene que ver con una cuestión publicitaria y una producción eventual impulsado desde el marketing”.
“Brindarse a la posibilidad”, eso es lo que busca el artista. Los artistas. Por eso se juntaron, crearon grupos de trabajo, compartieron técnicas, insistieron en la necesidad de un muralismo que fortalezca la cohesión social. En la Argentina profunda, sensible y amable el arte público se fue forjando con grandes luchas y pequeñas victorias. El regreso de la democracia permitió, a finales de 1980, un período de encuentros de muralismo que impulsaron un despliegue territorial colaborativo y solidario. Resurgieron grupos de artistas. Los muros volvieron a pintarse.
Los contactos se estrecharon y los vínculos se afianzaron. Marcelo Carpita y Gerardo Cianciolo desde Buenos Aires, Fernando Calzoni de Corrientes, Raúl Guzmán de Catamarca, Adrián Pandolfo de Chubut, entre otros, forjaron lazos que se sostienen hasta la actualidad. Gracias a ellos, a fines de 1990 el muralismo ya estaba extendido a todo el país. Un “Chamigamiento”, como le dicen lo litoraleños.
A pesar de ello, las capitales de las provincias todavía reproducen la hostilidad de las grandes urbes, por eso Calzoni también fue provincia adentro. “Nos vinimos a San Cosme, un pueblito que está a 35 km de la ciudad de Corrientes y ahí se concretó un nuevo espacio”.
La idea de hacer algo para siempre.
En 1998 la dirección de Cultura de la municipalidad de Corrientes organizó el primer Encuentro a nivel Latinoamericano de Muralismo y Arte Público. Ese mismo año se separó el grupo de artistas multidisciplinario correntino “Arte Ahora». Ellos fueron los pioneros del muralismo en la región del nordeste del país. A través de encuentros y reuniones aprendieron del artista argentino-israelí León Kothler, la técnica del esgrafiado. La hicieron bandera. Litoraleña. Nuestra.
—Él decía que hacía murales en el desierto de Sinaí. Las temperaturas son muy cambiantes, de noche mucho frío y de día mucho calor. La técnica sobrevivía a esa inclemencia—recuerda el artista Fernando Calzoni, uno de los hombres que más influyó en la formación de Kike.
“En esos primeros meses del 98 aparece Kike, muy flaquito, era muy jovencito, a pedir trabajo. Llegó con alguna recomendación. Trajo, me acuerdo, unas vasijas que hizo en arcilla. Vino a mostrar lo que él podía dar. Finalmente se sumó al naciente equipo del departamento de Arte Público del cuál yo era jefe”, agrega Calzoni.
Perdurar. Persistir. La eternidad es el fruto del trabajo, del cuerpo cansado y de pensar, investigar, imaginar, crear… hacer. Resistir. “La primera capa de cemento negro es para dar contorno a la imagen, luego azul o verde, eso va a depender del diseño, de la idea. El ferrite azul es una composición química que se usa para baldosas o cerámica, sobre el azul va el rojo que es óxido de hierro y le sigue el amarillo y por último el blanco”, Kike explica tranquilo, sin apuro una y otra vez a cada persona que pregunta cómo se hace.
Para un muralista el clima es fundamental. El calor en el litoral marca el tiempo, apura. Hay que meterle pata antes de que el revoque “tire”, el sol queme, y el cansancio aparezca. Aprovechar los días buenos cuando la calle es el taller. Un día de sol y de poca temperatura es una bendición.
Elige un tema, lo proyecta, lo dice en voz alta y lo lleva al papel. El dibujo es su punto de partida, la base, todo. Una vez que tira el revoque empieza la cuenta regresiva. Kike sabe que no pude distraerse. No hay tiempo muerto. Cuando las capas de cemento están listas se vuelve a dibujar, esta vez en la pared. Varillas, puntas, espátulas y herramientas —muchas inventadas por él—se reparten en las manos para raspar el cemento. Elegir la capa de color que quedará a la vista es definir la estética del dibujo: con qué color vestir, crear formas, contornos, líneas. “Hay que darle hasta que dé el cuerpo”. Y al cuerpo le llega la noche. Y aguanta. Da. Enchufa los reflectores y sigue. El muro pide, necesita, llama: más manos, más ojos, precisión y aliento. Lo que no se hace no se recupera. La perdurabilidad empieza con rapidez y destreza; sigue con paciencia y continúa con trabajo y más trabajo.
El esgrafiado es un tallado sobre el cemento. Es resistente. Si se pierde el color por el paso del tiempo el dibujo no se borra. La teoría dice que cada capa de revoque debe ser de un centímetro. Cinco capas se necesitan para hacer un mural. El precio del material y mano de obra puede dejar sin salario al artista. Por eso Kike renueva las técnicas, las combina, las adapta al bolsillo y las circunstancias. Ahora usa una varilla de hierro de seis milímetros como “faja” para hacer cada capa de revoque colorido. Para evitar el desperdicio de material creó una técnica mixta: “revoca la parte que necesita, donde va a esgrafiar nomas y devasta en ese sector solamente”, explica su compañera María Laura, quién después del primer hola será Mery. Después del segundo mensaje de wasap contestará en plural.
Hace veinte años que Kike viaja al Chaco profundo todas las semanas. “Se subía al colectivo con su caja de herramientas, se quedaba tres o cuatro días y volvía a Tirol”, recuerda Mery. Los márgenes son su centro, desde allí él crea en grande. Sueña, experimenta, crece y se expande. En el 2014 le pidieron que los cincuenta metros de largo que tienen las paredes de la entrada al cementerio de Juan José Castelli no sean sólo una capa de pintura blanca. Él la transformó en un vía crucis, la pasión y la resurrección de Cristo esgrafiado.
En Colonia Elisa cinco murales que envuelven el Anfiteatro de la Pluralidadad suman trescientos metros cuadrados de pared esgrafiada. Los flayers de turismo anuncian los festivales, encuentros y espectáculos naturales con las fotos de sus obras. Los turistas se sacan selfies y los pobladores inflan el pecho con orgullo cada vez que una obra de Kike hace lucir al pago.
“Había que ir a los pueblos porque en los pueblos vos tenés otros intendentes con los que podés llegar a acordar, en la ciudad era más difícil, entonces empezamos a recorrer los pueblitos y en casi todos había predisposición”, esa era para Calzoni una manera de llegar, de promocionar, de encontrar la forma de vivir del arte y de que ese arte sea público, expresión del pueblo y para el pueblo.
— ¿Qué te inspira?
—Me inspira conocer el lugar, la historia, la gente, personajes que sobresalen, la flora, la fauna. Que la gente se identifique con la obra. Que cuando la gente pase, reconozca forma, colores, historia, personajes del lugar. El arte debe ser un bien de todos.
— ¿Cómo se dio la incorporación de nuevas técnicas al mural?
—Me gusta experimentar con diferentes técnicas y materiales, me gusta que la obra perdure en el tiempo sobre todo por la necesidad de vender obras en el interior, que no es una tarea sencilla, trabajar con materiales resistentes ayuda en ese sentido. Esta situación me llevo a trabajar con hierro y acero; no dispongo de la maquinaria apropiada por los altos costos, esto suma dificultad pero también adrenalina.
Kike se reconoce como trabajador del Arte Público. ¿Y eso qué es? Para él los artistas deben tener un compromiso con el contexto y su tierra, dar testimonio, emocionar, soñar. Y hacer que otros sueñen. Se animen. Se brinden.
“El arte público es una definición contemporánea en la cual el productor del hecho estético interactúa con la comunidad y en esa interacción la obra se resignifica, yo puedo hacer una obra, pero si no tiene ningún significado para la comunidad eso es arte en la vía pública y no es arte público”, explica Carpita.
El mural del Chaco.
Puerto Tirol se hizo al calor de los rollizos de quebracho, su aserrín alimentó la industria taninera. Toneladas de madera salían en carretas hacía el ferrocarril y de ahí a todo el país. Los hacheros llegaban para talar monte chaqueño desde Corrientes y el norte de Santa Fe. Trajeron el chamamé y lo dejaron como herencia. Por eso el Festival Nacional del Taninero y la Fiesta Provincial del Chamamé se celebran juntos, por eso Kike diseñó como estatuilla para la fiesta de Tirol una guitarra. Para fabricarla usó metal de descarte, engranajes rotos y monedas sin valor de compra. Aunque no superaba el tamaño de un micrófono para Kike había empezado algo grande…
Ciento veintinueve años tardó Puerto Tirol en tener su portal de acceso. Más de cien días de trabajo llevó su construcción. En 2017 se emplazó la guitarra de hierro de dieciséis metros de altura. La estatuilla de Kike se convirtió en emblema, en identidad, en obra monumental: Una guitarra hecha con caño revestido de chapa. Lleva soldadas en el cuerpo imágenes caladas de los patronos del pueblo: San José y Santa Rita, de los emblemas culturales Negro Cristaldo (escritor); Heraclio Pérez (autor del himno chamamecero “A Puerto Tirol”) y de los obreros industriales.
“Comenzará a girar a partir de las 18 horas con el alumbrado público y se detendrá las 00 horas. Entonces cada día la guitarra estará en una posición distinta para quienes puedan verla transitando por este acceso. Para las personas que no puedan pasar a ver las obras de Tirol pero que transitan por esta ruta podrá apreciar la guitarra en distintas posiciones”, cuenta Kike a medida que muestra las fotos del trabajo que parece imposible, casi irreal. Un sueño.
El arquitecto Francisco Salamone creó más de 70 obras monumentales en 18 municipios simultáneamente en la provincia de Buenos Aires entre 1936 y 1940. Todas a pedido del gobernador Manuel Fresco. La ruta Salamone es un recorrido que se ofrece como uno de los atractivos más valiosos del turismo rural bonaerense. Hoy en la provincia del Chaco la ruta es Yorg y los monumentos son los portales de acceso. Entre ellos se puede disfrutar de las entradas a: Juan José Castelli, La Escondida, Quitilipi, Laguna Blanca, Colonia Elisa, Machagai y Puerto Tirol. Kike fue experimentando y creando un estilo. Eso provocó curiosidad y demanda. Los intendentes de las localidades pequeñas del Chaco quieren monumentos con su firma. Es su valor agregado, la mejor inversión.
Una vida sin prisa, con tiempo para charlar, saludar vecinos y quedarse por unos mates. En la plaza central donde está la Parroquia San José el descanso bajo los árboles es casi en silencio. Sólo algunos niños en bicicleta rompen el andar en cámara lenta. Enfrente la Laguna Beligoy espeja en sus aguas las casitas de la orilla y el cielo. La vieja estación de trocha angosta aún espera que las decisiones políticas le devuelvan los pasajeros.
El arte para todo el público.
A pocos metros, en la casa de los Yorg, la pausa es para almorzar y seguir. Kike y Mery tienen tres hijas, dos adolescentes y una niña. No hay apuro, pero si trabajo. Entran y salen más de diez veces al día. Reciben visitas, llamados, mensajes de wasap, reuniones por zoom. Olvidan cargar el celular. Siempre parece que se hace tarde para otro compromiso. Como pendiente a resolver quedan formularios para llenar, subsidios sin solicitar, trámites para pelear y más actividades para participar.
A todo dicen que sí y encuentran cómo hacerlo. ¿Cómo lo logran? En red y con voluntad. Los Yorg desbordan: las obras de Kike, las nenas, el vóley, la escuela, la facultad, la fundación y la visita. La visita que se queda. La casa se arma y se desarma. Se ofrece y no hay forma elegante de rechazar la oferta. Siempre será un agravio no aceptar descanso, asado y cervezas. “No quiero molestar”, lo escucharán mientras una de las hijas deja su habitación para los nuevos huéspedes.
—Ellas ya saben que cuando viene visita a casa tienen que dejar la habitación. Se van solitas. Están acostumbradas, explica Mery.
Los pibes se van del Chaco cuando la necesidad de trabajo aprieta en las familias que cuentan las monedas para llegar al plato de comida. Buscan alivio y salir de la pobreza en los grandes centros urbanos como Rosario, Córdoba, Buenos Aires, Santa Fe, incluso la Patagonia. Con los años los índices de pobreza no han variado sustancialmente, la provincia siempre ha tenido los valores más altos del litoral. Hoy más de la mitad de la población es pobre. Mientras, las actividades en Tirol se fortalecen y crecen en participación. ¿Cómo es posible que aquí se produzcan encuentros, murales, obras monumentales y se dicten talleres?
“Hubo un acompañamiento del Estado que en otros lugares no lo tiene y aquí el Estado se comprometió y andan juntos, hay partes de los encuentros que se financia con fondos del Consejo Federal de Inversiones, que son fondos que las provincias contribuyen para distintos eventos, entre ello lo cultural”, señala el presidente de la Cámara de Diputados de la provincia del Chaco, Hugo Sager, quien fue intendente de Puerto Tirol en diferentes períodos.
La diferencia principal con el muralismo mexicano, para Carpita, es que “el muralismo argentino creció y se desarrolló al margen de las políticas culturales del Estado”. La producción siempre fue de naturaleza autogestiva, “en espacios degradados u olvidados, sin presupuesto, sin lugar en los grandes edificios públicos”.
Hace siete años Calzoni recorría las oficinas estatales en el microcentro porteño con una carpeta. Golpeó todas las puertas que él creyó que podían dar una respuesta a su proyecto, se sentó, explicó más de una vez a trabajadores y funcionarios qué quería hacer. No había presupuesto, sus murales no encuadraban en los programas creados para actividades culturales. “No garpaban”. Se levantó de la silla, se paró y en su cara la frustración le colocó en la boca un gesto de amargura. Otra decepción. Este es un recuerdo fiel, porque quien le dijo que no fue esta cronista. En Tirol no pasó.
Con los encuentros de Muralismo y Arte Público el pulso cambia, el pueblo entra en sintonía Yorg. La última vez fue en 2019 en la primera Bienal de Arte Público y Muralismo Latinoamericano que esperan repetir a fines de julio de este año y como siempre hacerlo coincidir con el cumpleaños de Tirol. Cuarenta artistas trabajaron durante una semana sobre veintitrés murales y doce tótems. Catorce años de muralismo, encuentro, intercambio y arte público le dieron a Tirol cerca de doscientas obras realizadas de manera colectiva.
“Es algo que siempre se dio, de esa manera ya que él se encargó de generar un evento, al principio anual, luego bienal, que logró el respeto de todos los colegas del arte público porque vio en eso un proyecto solidario. Un proyecto que de alguna u otra manera brindaba no sólo la posibilidad de trabajar sino la posibilidad de compartir cosas, de una forma seria y al mismo tiempo de una forma amena”, recuerda Carpita.
Están los que se animan enseguida y quieren meter mano, colaborar, estar. Otros disfrutan del paseo y del paisaje de personas, máquinas, colores, olores y el rumor constante de la conversación en el proceso creativo.
Todos quieren ver. Algunos bien de cerquita. Para saber lo importante y no tocar de oído. Eligen un lugar frente al muro, ponen las reposeras, ceban mate, conversan, miran, opinan, otro mate y así, el rato que dure. Esa obra ya es suya, les pertenece, la vieron, la charlaron, la contaron, estuvieron en el parque, patio o plaza, vieron a la vecina, al amigo, a desconocidos. Estuvieron allí. No necesitaron pintar, tocar ni limpiar herramientas. Ellos también son la obra.
“Quién habita un encuentro se entrega a una experiencia liberadora que lo transforma, que hace que uno ya no sea el mismo, las personas ya no somos las mismas, somos transformadas por el conocimiento, intercambio, compromiso, experiencias, ideas y sentires”, dice un párrafo en el cuadernillo que se creó para llevarse un pedacito del mundo Yorg en las manos.
En Tirol los encuentros de muralismo y arte público activan el protocolo servicio. El pueblo necesita alojar a medio centenar de personas durante una semana, programar la logística de entrega de materiales, coordinar los andamios necesarios, recibir autoridades y reprogramar los talleres gratuitos de la Fundación de Kike para estas jornadas. Hay que estar al detalle. Organizar es la tarea.
Se planifica, se rearma en el camino y se disfruta en todo momento. “Lo que queríamos era mostrar una obra a la cual se incorporara la sociedad y la tomara como propia, pero que al mismo tiempo abriera mentes como para que eso se extendiera a otros actores, fundamentalmente pibes y eso se logró, con los encuentros, con la humildad y la participación en el proyecto de artistas latinoamericanos que llegaban a Tirol”, recuerda Sager en un relato que intenta sintetizar años de trabajo en conjunto.
“Puerto Tirol es una ciudad pequeña. No tenemos hotel pero siempre estamos abiertos a lo que va sucediendo. La gente que tiene comedores y algunos chef en estos días van a cocinar para los artistas una o dos veces en la semana. Se ha dispuesto el alquiler de casa para los artistas, explicaba Kike por esos días a los medios locales. En los primeros tiempos los artistas dormían en el piso. Desde la municipalidad se colaboraba con la comida y las casas de los vecinos se transformaban en lugar de encuentro y descanso.
— ¿Por qué sacan fotos?— pregunta un niño vecino del pueblo.
—Ellos tienen tan incorporados los murales a su paisaje que les resulta raro que le saquen fotos. Por eso estamos pensando en hacer un recorrido con los vecinos para que puedan verse como parte de algo importante— me comenta Mery mientras Kike explica, unos pasos más adelante, el contexto de la creación de las obras que están a orillas del Río Negro.
Ese niño es uno de los cuatrocientos estudiantes que reciben clases gratuitas en la Fundación Huoqo´ que nació “a partir de los encuentros de muralismo”, explica Kike y agrega: “el resultado son talleres de dibujo, pintura, cerámica, murales, la escuela municipal de música popular. Kike no sólo es su presidente, también es uno de los docentes de la Fundación. Muchos de los jóvenes que pasaron por ahí hoy son sus colegas.
Él se expande, abraza mucho, aprieta con fuerza y dedicación cada logro. Desde que egresó del Bellas Artes de Resistencia mantiene el único curso en el que da clases dentro de la educación formal, lenguaje artístico uno, todos los viernes por la mañana, hace quince años. Mientras que por la tarde lo hacía en el Centro de Experiencias Creativas (luego Fundación Huoqo´). Para hacer sus obras necesitaba tiempo y este esquema se lo permitía. Pero para poder lograrlo necesitó sobre todo una cómplice, alguien que abrazara sus sueños como lo hacía él, que transformara el potencial creativo en un estilo de vida. Esa es Mery.
“Tanto Kike como yo no habríamos hecho absolutamente nada si no hubiéramos tenido a una mujer al lado que sea compañera y que haya construido a la par todo lo que soñamos hacer”, reconoce Calzoni y continua: “porque soñar estas cosas no lo soñás solo, siempre lo soñás de a dos o más, mínimo dos, porque cuando a uno se le ocurre una idea, sino la exteriorizas, no las compartís, te puede intoxicar». Pero Kike no se intoxicó, se transformó en un artista de muchos oficios. Pulió e inventó nuevas técnicas. Creó, compartió, trabajó, trabajó, trabajó y aceptó equipos, propuestas, miradas, desafíos. Es alumno de sus propios errores o dificultades.
¿Qué nació primero? ¿El escultor? ¿El muralista? ¿El dibujante? ¿El docente? ¿El gestor cultural? Fernando Calzoni me compartió una leyenda Guaraní: el Gran Padre Ñanderú Guazú, que no existía cuando todo era caos, se fue construyendo a medida que creaba el mundo. ¿No es acaso lo que todos hacemos? Construimos el mundo material a medida que nos construimos espiritualmente. Quizás Kike se guarda así mismo para preservar su espíritu. Para continuar la obra que nace del gran caos interior. Crear para seguir creciendo, para alumbrar la palabra.