
Pedro Páramo: la muerte siempre nos trae de regreso.
En busca de la mexicanidad. El prestigioso fotógrafo Alejandro Pietro estrena su opera prima Pedro Páramo y lleva la novela de Juan Rulfo por tercera vez al cine.
«Traigo los ojos con que ella miró esas cosas, porque me dio sus ojos para ver». Y los ojos de Juan estaban agotados de tanta tierra seca, de tanto camino polvoriento, de tanto andar si saber, sin querer. Juan Preciado volvió a Comala por un promesa hecha sobre las manos frías, duras, muertas de su madre.
A Rodrigo Pietro hace rato que lo miran, lo tienen, suena y aparece en los registros como el director de fotografía que deslumbró a Taylor Swift. Pietro trabajó en proyectos como: Amores Perros, Babel, y en las cintas de Martin Scorsese: El lobo de Wall Street y Silence. Pietro fue por más, rompió sus límites, llevó al cine por tercera vez la novela cumbre de México, Pedro Páramo, la novela del señor bonito llamado Juan Rulfo. Prieto escogió los fragmentos y diálogos que acomodaron la novela «difícil de Rulfo» a una película de escenas pausadas, que se mete en los tonos de las pieles, en el registro de la mirada, y que esculpe la ausencia como una protagonista que acecha. Dicen que él es el director de los detalles, de la esencia.

Rulfo pide que vuelvas atrás, que vuelvas al principio del texto, incluso te lleva a hacer trampa: adelantarte en la historia, porque ¿Qué es este capricho de diálogos de adioses, de ecos de sabe Dios dónde y tristezas terrenales que Rulfo nos mete como tierra en los ojos sin explicación alguna? Pedro Páramo te pide salir y entrar de escena para ver el todo por sus partes. No avisa, no anticipa, ni deja pistas, nada, nadita, te revuelca en las palabras, esas que usan los mexicanos de a pie, de gente como uno.
Prieto allana ese camino y logra sumergirte sin perderte, te escupe en Comala, pero no te deja solo, te acompaña para que a paso lento la muerte se presente como ese rencor que aún vive. Pietro tuvo suerte de que Rulfo haya escrito la desolación de Comala con su ojo de fotógrafo, porque Rulfo escribió como vio a México como lo retrató en sus más de 6000 fotos. «Somos hijos de Pedro Páramo», admite Pietro en el prologo audiovisual de la cinta para Netflix, entonces buscó en sus adentros su «mexicanidad» para construir su propio Pedro Páramo. .

«Con Hamaca Paraguaya fue la primera vez que yo dije: así yo miro, así yo soy, es como que yo me miré a un espejo y me reconocí por primera vez en mi vida», confiesa la talentosa cineasta paraguaya, Paz Encina. Pedro Paramo es el espejo donde se miró Juan Rulfo, donde llevó su mirada de fotógrafo, su agudeza de etnólogo y su tristeza de niño huérfano, su rencor vivo: la desolación, esa que ya aparece en su cuento Luvina. Luvina que carga con el «horizonte desteñido, con la mancha que no se borra nunca, con el suelo pelón, sin un árbol…».
A Rulfo le nació la depresión en el orfanato y le creció la amargura cuando conoció al México gigante, de campesinos y obreros, al México pre hispánico y al México de los ferrocarriles y ya nunca más se la quitó, la escribió, y se animó a hablarla, a contarla, pero bien, bien contada o nada: cuando su primer novela la rompió y no dejó nada por mala, por siempre mala. Y esa desolación es la que consigue Pietro en su primera escena, en los ojos de Juan Preciado, un hijo huérfano que regresa con la muerte.
Juan Preciado volvió como Totó. «Debes irte por mucho tiempo, muchísimo años, para encontrar a tu vuelta a tu gente. La tierra donde naciste, pero ahora no, no es posible», dice el viejo Alfredo, ciego y cansado a Totó en la gran Cinema Paradiso de Giuseppe Tornatore. La muerte de Alfredo trae a Totó de regreso a casa, la muerte de su madre lleva a Juan a Comala y la muerte de Rulfo nos trae cine mexicano, sin el daño de las marquesinas, con las pretensiones de Hollywood, pero con el color, el olor y la cotidianeidad del México que cuenta sus muertos y duele con rencor vivo.