El oficio negado
-¿Volviste a hacer radio?
-No. Fui a entrevistar a un colega.
Contesté así varias veces en el día.
Hace muchos años que no hago radio. Nunca volví a intentarlo. Siempre me negué a salir al aire, excepto hoy.
Apreté fuerte mis dedos como rezando en el medio de un hoyo chiquito. Incómoda. Cuando ya no podía apretar más me dí cuenta que estaba nerviosa, me dí cuenta que había juntado mis manos… Pensar, hablar, escuchar ¿Y ahora qué digo? Balbucear y salir del paso como se pueda.
Mí primer trabajo registrado fue hace 10 años. Tenía 27. A los 27 recién pude ingresar al mercado laboral formal. Fue en Arsat. Un sueño. La empresa de telecomunicaciones del Estado. Los saludos por mí día me llegaban el día de la secretaria, el área de prensa no estaba disponible para mí. Entonces… «Quizás no debo ser lo suficientemente buena», pensé. Algo parecido al periodismo pasó: le pregunté a Guada, mí amiga favorita, cómo tenía que tomar un avión, qué debía hacer, por dónde ir.
Trelew, Posadas, Formosa, Paraná, Comodoro Rivadavia, ya no recuerdo qué otras ciudades más, pero a todas fui con el mismo fin. Coordinar la entrega de los decodificadores de la Televisión Digital Abierta (TDA). Se venía el apagón analógico y había que estar preparados.
Al año mí trabajo gustó. El equipo de Juventud en Desarrollo Social se estaba armando. Estaba en Itá Ibaté, Corrientes. Mis primeras vacaciones pagas. Fui cinco días de playa a la casa de mí tía. Pero seguí atendiendo el teléfono como siempre. Desde la playa dije que sí a mí nuevo trabajo. Me convocaron. Los viajes no pararon. Trabajar sin feriados, ni francos compensatorios, ni buena paga y ni siquiera de periodista. «Quizás no debo ser lo suficientemente buena», volví a pensar.
El macrismo llegó pomposo, desafiante, temerario y cortando cabezas. «Yo soy periodista, no hago marketing, si voy a estar en comunicación quiero hacer comunicación popular, no le voy a hacer marketing a este gobierno», le dije erguida, sincera y cagada en las patas al cheto carilindo y simpático de Pedro Robledo. Me sonrió, me habló de una nota que le hizo la Paco Urondo. No me echó. Nunca fui al área de comunicación o prensa. «No debo ser lo suficientemente buena», ya lo sabía, lo repetía y lo creía.
No volví a escuchar radio, no volví a producir un programa, ni a dar talleres, dejé de ver tele, de leer diarios, revistas o portales, dejé de decir que era periodista. Ya no dije, ya no hice, ni lo intenté. Hasta que empecé a escribir en crudo, duro y a escupitajos. Sin proponermelo abrí una rendija y dejé colar alguito de ilusión mientras me repetía que no era lo suficientemente buena. Y ahora me dan ganas de llorar porque desaprobé un trabajo práctico.
Hoy volví al aire. Antes toqué las manos en posición de rezo de Nuestra Señora de Caacupé, hice la señal de la cruz y empecé la entrevista.