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Los hermanos Molina homenajearon a la líder Wichí, Octorina Zamora

Se trata de los dos artistas salteños miembros de la Comunidad Wichí. Fue durante la II Bienal de Muralismo y Arte Público en Puerto Tirol, Chaco.

Después del mediodía el calor en la siesta de Puerto Tirol, Chaco, mantenía a más de uno en manga cortas. Un falso verano de agosto. Frente al mural, en la vereda de un vecino del barrio 200 Viviendas quedó una mesita de madera plegable junto a dos sillas y un bolsito colgado de uno de sus respaldos, a unos metros en el canasto de basura, que desde hace unos días se había transformado en repisa, quedaron los tuppers vacíos del almuerzo. Arrodillado sobre el pasto Santoro pinta sobre el muro un naranja fuego; arriba en la otra punta Miguel Ángel pasa por debajo del andamio para empezar un rostro recién salido del boceto. Al mismo tiempo, un niño pasea en bicicleta, mira la pared a su derecha y mientras su pie izquierdo empuja el pedal larga un “Guuuuuaaaauuuu”, frena unos segundos y se va.

“Es simple y eterno poder tocar con colores su alma”, escribió Santoro una semana después en facebook sobre el mural que hizo junto a Miguél Ángel en memoria de la líder Wichí Octorina Kajianteya Zamora. Los hermanos Molina, pertenecen a la Nación Wichí de la comunidad Misión Chaqueña de Salta y hacía tiempo que no trabajaban juntos, que no se veían. Santoro llegó desde su Salta natal y Miguel Ángel dejó las sierras cordobesas, donde se aquerenció después de estudiar Bellas Artes, para ir a la II Bienal de Muralismo y Arte Público de Puerto Tirol, provincia del Chaco.

El 31 de julio ya estaban los 50 artistas en el pueblo. Durante la tarde los hermanos conocieron la pared que había cedido un vecino, Miguel Ángel llevaba en sus manos dos imágenes en un cartón cuadrado de unos 40 centímetros: el calendario lunar Wichí y el rostro de perfil de Octorina, la mujer que lideró la luchas por los Derechos Humanos de la comunidad Wichí, la mujer que denunció el “Chineo”, como se conoce, a las violaciones que sufren niñas y mujeres de los Pueblo Originarios por parte de los criollos.

Por la noche, a unas cuadras de la pared elegida, el frío se espantaba con choripán en la calle, tambores templados a las brasas y caña con ruda. Había que celebrar a la Pacha, había que celebrar el encuentro, había que celebrar con arte. Desde hace años la cosmovisión andina y la litoraleña se unen el primero de agosto en los encuentros de muralismo; alrededor del hueco en la tierra sobre los aguayos las vasijas de barro estaban llenas de comida para ofrendar a la Pacha. Miguel Ángel que con voz tenue abrió la ceremonia y la continuó (junto a su hermano) sobre la pared a puro color y charla.

Líder de la comunidad Wichí, Octorina Zamora.
(Autor desconocido).

Santoro mueve su muñeca de un lado al otro como si dibujara el infinito en el aire y apoya la brocha sobre el muro, tiene la cara casi pegada a la pared, no interviene en la charla, a veces susurra algo y vuelve al silencio, a tocar el alma con colores, quizás es eso lo que le pasó al nene en bicicleta: su alma brilló con los colores del silencio de Santoro. Y la brocha no le alcanza, necesita más, entonces apoya los dedos y le da golpecitos verdes a la pared, “es un placer” contesta cuando le pregunto por qué.

Miguel Ángel habla, conversa, cuenta sus diálogos y se disculpa por lo charlatán, por dejar de pintar, por pintar y no poder charlar, por decir y no poder decir todo. Cuenta que fue a Buenos Aires a trabajar, a mostrar su arte, a recibirse de gran artista. Con sus sandalias caminó las calles de la gran ciudad desde la obra en construcción hasta a las galerías de arte que no recibieron bien la tierra en las sandalias de un artista que trabajaba como albañil. La tristeza lo aplastó ni bien salió de la sala del glamour y puso un pie en Marcelo T de Alvear y Florida. Entonces miró sus obras y no encontró anomalía, miró su arte y se encontró, miró sus pinturas y entendió que valía. Guardó sus obras y supo que era un artista cuando se reconcilió con ese dolor.

Ahora recupera la Yika, y se enreda con el chaguar para permanecer, para recuperar el hilado ancestral que construye las bolsitas, que hacen las manos de su pueblo. En esa Yika en la que Santoro lleva una carpeta verde A4. “Mi hermano es el mejor acuarelista”, repite muchas veces Miguel Ángel. Santoro sale del silencio del muro y muestra su obra: al menos dos docenas de tarjetas con paisajes hechos con acuarelas. Plazas, parques, paseos, puentes, árboles a escala mejor acuarelista. Y otra vez es un “Guuuaaauu”, otra vez alumbra con colores el alma.

Samanta Matzke

Samanta Matzke

Samanta Matzke es periodista y escritora, especializada en comunicación para organizaciones públicas, historias de periferia, cultura y política.
Nació en Buenos Aires en 1985, se crió en Ezeiza cuando el tercer cordón del conurbano bonaerense todavía era rural.

Fundó, junto a sus compañeros de secundaria, y llevó adelante la radio de la escuela: "FM La Técnica", ese día a sus 16 años decidió ser periodista. Estudió licenciatura en Periodismo en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ).

Trabaja, desde el 2014, en el área de prensa y comunicación del Instituto Nacional de Juventudes (INJUVE) por lo que se especializó en Comunicación 360 para organizaciones públicas en la Universidad Nacional Guillermo Brown (UNaB). Es estudiante avanzada de la maestría en Periodismo Narrativo de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM).

Es autora de "El lugar de las palabras escritas", libro de relatos cortos.

Trabaja como columnista de historias de periferia en "Y se nos vino la noche", magazine nocturno en Fm Radio Cristal.

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